Puedes hacer lo que quieras

Hace un tiempo me había planteado esta pregunta: ¿Quién decide lo que es moralmente correcto? Es una interrogante que antes ya me la habían propuesto; conversando con un amigo, una de esas conversaciones espontaneas que se dan, cosa normal, me decía que si una tribu de caníbales tiene como regla firme no comerse a sus miembros, pero entonces sobreviven mediante la cacería de otras para así alimentarse, ¿Quién decide si eso es malo?

¿Cómo se podría determinar si lo que hace esa tribu es moralmente correcto o no, si cumplen con una regla inquebrantable donde es malo comerse entre ellos pero «bueno» comerse a otros?

En tal caso, siempre andarán en conflicto con otros grupos, y en cada momento estarán más cerca de su consecuente exterminio, bien sea tanto por derrota en alguna batalla, o por hambruna si no se adaptan.

A la interrogante se le puede responder que: quien decide es lo que permanece, quien hace continuar la vida. La tribu si quiere permanecer viva le convendría establecer diferentes normas para cumplir con nuevas condiciones, adaptándose no nada más a sus gustos particulares, sino también a gustos de los otros grupos semejantes.

Individualmente es posible verse en un caso similar, se vive dentro de ciertas normas que hacen posible la vida en sociedad, no obstante, cada ser puede disfrutar de una plena libertad.

Se tiene libertad de elegir cualquier cosa; de ser y hacer lo que se quiera en cierto sentido, por lo que en realidad nadie mueve hilos debido a que ningún ser es marioneta, se está, como ya se sabe, solamente atado a consecuencias.

Desde nuestra génesis estamos dotados para disfrutar a plenitud en este transitar que se le conoce como vida, la gran cuestión está en saber cómo, y es en la misma vía donde cada quien lo va descubriendo, o al menos eso debería.

El mundo exterior nos dicta sus normas para atenderlas y así librarnos de posibles malas consecuencias, sin embargo como me han dado a entender, y puede ser entendido, es en el mundo interior donde se encuentra la libertad absoluta.

La conciencia es en verdad libre, no obstante es deber de cada quien hacerla además justa, para entonces no verse de ningún modo afectada por cualquier norma externa, cumpliendo con lo que ya es sabido: «para el justo no hay ley, porque él para sí se es ley».

La persona en su libertad puede decidir servir con lo justo a quien sea servido; siervo y señor comparten la misma celda cuando entre ambos se identifican y cuando entre ambos aceptan su condición, porque entre ambos se descubren la dignidad, lo que les permite empatizar, lo que les da la plena libertad.

Sentir la plenitud va muchísimo más allá de poder abrir de largo a largo los brazos, es reconocer que se puede hacer lo que se quiera, siempre y cuando sea lo que en verdad se deba, lo que convenga, para permanecer y seguir por la vida teniendo una plena libertad en la conciencia.

Quien se libera se ata (algo curioso), se hace consciente de sus decisiones y consecuencias, también se plantea y responde a cualquier interrogante. En esa libertad puede contemplar la imagen de sus semejantes al identificarse con ellos, y a su vez cae en cuenta de que en sí no tiene ni su principio, ni tampoco encuentra su fin.

Cada ser humano participa en lo que permanece a lo largo de la vida, y para continuar en ella, debe condescender con ella, adaptándose de cualquier manera, bien sea sea de forma física o no, al mantenerse siempre consciente para estar siempre presente.

Condescender con los demás puede sonar quizá complicado, cada persona tiene todo un cielo dentro que reboza de posibilidades, pero realmente se trata de solo procurar hacer las cosas bien, amando con bondad. Y ya en párrafos anteriores se ha tratado sobre cómo se decide la moral (a menos era eso lo que pretendía).

Cada quien se escribe su propia historia

Les hablo Yohan Cala 

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