No esperaba que volviera

Pero otra vez está aquí. La pesadez, la carga.

Para mí, llega como una sorpresa. Parece que nunca la veo venir.

Es como si estuviese en un escenario y la trampilla del piso se abriera de repente. Caigo sólo para sumergirme en un enorme tanque de agua y allí quedo. Nadando con mi ropa puesta, preguntándome cómo es que sucedió. ¿Por qué es tan difícil nadar hasta arriba y tomar un poco de aire fresco? Estoy furioso porque no reconocí las señales. Estoy agotado de tanto nadar. Estoy cansado de tratar de luchar por el aire. Las personas en mi vida están en el exterior del tanque mirándome. “¿Qué pasa?” — “¿Por qué no nadas hasta aquí?” — “¿Cómo pasó esto?” — mi vista se nubla porque en todo lo que puedo pensar es en nadar hasta la cima y no tengo la energía para explicarles cómo llegué hasta acá porque, si supiera, no estaría aquí.

Eventualmente, me arrastro fuera del agua y dejo que la luz del sol me golpee la cara. Se siente bien. Me siento bien. Todo el mundo se olvida del tanque y de mí cayendo. La vida continúa hasta que vuelve a suceder y repetimos el mismo ciclo.

Los días buenos superan con creces a los días malos, pero los días malos son insufriblemente malos. Pelear contra algo que nadie más puede ver es más difícil de lo que uno podría pensar. Si tuviese un brazo roto, la gente no esperaría que levante cajas o realice tareas pesadas. Cuando tienes una enfermedad invisible, el mundo se sigue moviendo, mientras que ésta, lentamente, comienza a hacerte sentir que estás desapareciendo.

La gente no puede comprender cómo mi vida en el exterior podría conducir a la oscuridad de mi interior. Pero esa no es la forma en cómo funciona. Nada es lo que parece y nunca se elige a la oscuridad. Creo que la oscuridad te elige a ti.

La peor parte es contarle a la gente. Dejar que la gente sepa lo que está sucediendo. Cuando tu cabeza está oscura, lo último que quieres hacer es llevar a alguien más a la oscuridad. Entonces empujas a las personas a la luz. A tus falsas sonrisas. Tu falsa energía. Lo finges todo el tiempo. Y así, todos los demás pueden estar bien.

Aunque el problema con fingir todo el tiempo es que te desgastas, y no ayuda a solucionar el problema… lo enmascara.

Entonces, aprendes a aceptarlo.

He pasado mucho tiempo aceptando las partes más turbias de mí misma y estando bien con la oscuridad. He aprendido a aceptar que algunos días no seré capaz de enfrentarme al mundo y que algunos días basta con mantener los pies plantados en el suelo.

La ansiedad es una condición muy bien internalizada, y las conversaciones conmigo misma en mi cabeza probablemente contribuyeron a las tormentas eléctricas que estoy experimentando ahora. Tuve la suerte de encontrar terapia a tiempo. Es gracioso reescribir las cosas que te dices a ti mismo. Parece tan simple, pero es tan difícil. El monólogo interno de nuestras vidas contribuye tanto a nuestras rutinas diarias, autoestima, estudios, relaciones, amistades.

Todos somos un trabajo en constante progreso. En un año aprendí el poder de descuidarte y lo que eso hace en la psique. Me enfoqué en ser la mejor de la clase para alcanzar la beca con la que siempre soñé… mientras me desmoronaba. No me di cuenta de que los bloques de tiempo que invertía estudiando y consiguiendo créditos extras, eran del montón de mi rutina de autocuidado.

Una vez que todos los bloques se han ido, tocas fondo. Tratas de alcanzar algo pero no queda nada a lo que te puedas aferrar. Y ahí es donde estaba yo. Estaba en el fondo.

Mi memoria es borrosa, por una parte porque es doloroso y por otra porque me sentía como un fantasma en ese momento. Tocar fondo fue verme en una bata de hospital, con la mirada en blanco y círculos oscuros y profundos bajo mis ojos. Tocar fondo fue llorar sin razón y estar sin energía para comer. Tocar fondo fue no tener el control. Tocar fondo fue estar terriblemente asustada de mí misma.

Recuerdo los ojos de todos los que me amaban. Asustados. Confundidos. Recuerdo tener miedo de estar sola .

Recuerda el llanto mientras las puertas se cerraban, y darme cuenta que estaba sola conmigo misma.

Recuerdo cuan brillante era la luz afuera cuando finalmente logré salir. Y recuerdo la constante batalla de querer reconstruirme día tras día.

Recuerdo la absurda cantidad de botellas de alcohol en mi cuarto que usaba para callar la voces dentro de mi cabeza. Llorando todas las noches porque me encontraba en el ojo del huracán. Recuerdo las negociaciones conmigo misma sobre darle fin a todo esto de una buena vez.

He llegado tan lejos y sé que todavía me queda un largo camino por recorrer.

Comparto esto como una historia de advertencia y reflexión para aquellos estudiantes o cualquiera que se descuide a sí mismo sólo por clases, calificaciones, por su familia o amigos. Mantengan mi historia cerca de sus corazones como un recordatorio de que el equilibrio es vital. Invertir en ti es una necesidad. Al final del día, una mente sana y un corazón sano es todo lo que necesitamos.

Les hablo Yohan Cala

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