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Navidades del ayer

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Recuerdo las navidades de mi infancia, algo lejanas en el tiempo, pero sin duda alguna, nada lejanas para el corazón. Recuerdo aquellas navidades, sin arbolito ni nacimiento como aquí se estila, ni pavo a las 12 de la noche... sólo una que otra lucecita encendiéndose y apagándose monótonamente junto a la ventana de mi habitación. Mis hermanos y yo nunca esperábamos regalos ostentosos, solo algún que otro juguete a pilas o no, que nos iluminara los ojos, pero sobre todo el alma. Era todo lo que la economía de papá podía comprar. Mas a cambio de aquellos regalos que hoy asombran la inocencia de los niños de hoy, los niños de ayer, o por lo menos los niños de aquel ayer, nos contentábamos realmente con poco. Una bengala encendida antes de las 12, un emocionado: "¡ya nació el niño Dios!", la alegría en los ojos de mamá... ¿Era necesario pedir más? Nosotros los niños, nunca esperábamos las 12 de la noche despiertos, la tradición de todos en casa era que nos fuéramos a dormir...

Un ciclo de siempre empezar

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Todo debe comenzar por algo, en el principio es posible que no se vea interesante, pero con el transcurso del tiempo, la cosa puede resultar bastante, de modo que, quizá no se le quiera ver su final, ya sea porque nos acostumbremos a ello, o se le adquiera cierto interés, apego o afecto que nos haga sentir satisfecho y si no hay otra salida más que un final que no se puede controlar, siempre habrá otro comienzo y el ciclo se repetirá. Hay distintas formas de sentir y ver pasar la vida, me la he imaginado como una montaña rusa con sus altos, bajos y sus emocionantes, a veces, escalofriantes giros; de igual modo la he asociado con otros ciclos que naturalmente nos rodea, en ellos he encontrado cierta eternidad, la información no se pierde nunca, como ya es sabido, la energía no se puede destruir, solo transformarse, así como está escrito «tierra eres y en tierra te convertirás». También me gusta la idea de ver la vida como si fuera un viaje el cual hay que disfrutar, una carrera de o...

No olvides para quien escribes

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Escribes para ti. Para decirle al mundo lo que piensas. Escribes para recordarte que puedes crear un universo de nuevas ideas. Escribes para adentrarte en tu mundo real quizá imaginario para quien te lea. Para irte de viaje hacia los rincones inexplorados de tu casa interna. Conocer a la persona que antes no sabías quién era. Escribes para que, cuando en un futuro te leas, preguntes: ¿pero en qué estaba pensando? Para inspirarte nuevamente cuando sientas que se apaga la llama. Para que la voz de «el loco de la casa» pueda calmarse o dirigir mejor sus palabras. Para recordarle a tu yo del pasado que cada día puede ser una mejor persona. Escribes para no distraerte malsanamente. Para dar a conocer las conversaciones que se dan al interior de tu mente. Escribes para sentirte a gusto tratando de mejorar el sistema. Escribes para idear la existencia y no padecerla. Para plasmar en palabras todo lo percibido y que otros continúen así con la cadena. Escribes para...