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La experiencia de la vida

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Aprovecha lo que la vida te ofrece para llegar alto, llegar lejos para llegar a Dios. Nadie camina la vida sin haber pisado en falso muchas veces. Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo. Nadie mira la vida sin acobardarse en muchas ocasiones, ni se mete en el barco sin temerle a la tempestad, ni llega al puerto sin remar muchas veces. Nadie llega a la otra orilla sin haber ido haciendo puentes para pasar. Nadie puede juzgar sin conocer primero su propia debilidad. Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas, ni recoge rosas sin sentir sus espinas. Nadie recoge cosechas sin probar muchos sabores, enterrar muchas semillas y abonar mucha tierra. Nadie reconoce la oportunidad hasta que ésta pasa por su lado y la deja ir. Nadie consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un imposible. Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimento diario de Dios. Nadie hace obra...

Navidades del ayer

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Recuerdo las navidades de mi infancia, algo lejanas en el tiempo, pero sin duda alguna, nada lejanas para el corazón. Recuerdo aquellas navidades, sin arbolito ni nacimiento como aquí se estila, ni pavo a las 12 de la noche... sólo una que otra lucecita encendiéndose y apagándose monótonamente junto a la ventana de mi habitación. Mis hermanos y yo nunca esperábamos regalos ostentosos, solo algún que otro juguete a pilas o no, que nos iluminara los ojos, pero sobre todo el alma. Era todo lo que la economía de papá podía comprar. Mas a cambio de aquellos regalos que hoy asombran la inocencia de los niños de hoy, los niños de ayer, o por lo menos los niños de aquel ayer, nos contentábamos realmente con poco. Una bengala encendida antes de las 12, un emocionado: "¡ya nació el niño Dios!", la alegría en los ojos de mamá... ¿Era necesario pedir más? Nosotros los niños, nunca esperábamos las 12 de la noche despiertos, la tradición de todos en casa era que nos fuéramos a dormir...